SANTIAGO
Cuando no se quiere hablar
bien de alguien es un lugar común hacerlo de claroscuros y luces y sombras. Es
un tópico, porque no hay ser humano que haga todo bien a lo largo de su vida, y
porque en personajes públicos, sometidos a escrutinio, es imposible que no haya
controversia. Así Santiago Carrillo cumple esta regla.
Los partidos políticos
tienen sentido en la medida en que influyen
en la sociedad y su devenir. En ese sentido la historia del PCE es corta
y fructífera. Es una historia que empieza con la estrategia de los Frentes
Populares en 1936, que le permite crecer y jugar un papel protagonista en
defensa de la República durante la Guerra Civil, y que termina con la
transición democrática en nuestro país, y su incontestable aportación a un régimen
de libertades, cuando se le reconocía como "el Partido".
Santiago es protagonista
directo de esa historia desde el principio hasta el final. En la República, en
la clandestinidad y la lucha contra el franquismo y, finalmente, en la recuperación
de la
democracia.
Una historia, no conviene olvidarlo, de casi cincuenta años, de los que casi
cuarenta en clandestinidad, en su mayoría muy dura.
Sobre Paracuellos no se
puede decir más ni mejor, que lo dicho en el artículo que Paul Preston, Ángel
Viñas, Fernando Hernández y José Luis Ledesma publicaron en El País el pasado
21 de septiembre.
Conocí a Santiago antes
intelectualmente que personalmente. Poco después de entrar en el "Partido",
me pusieron a disposición de la Comisión de Formación de Madrid, para dar
cursos sobre el Manifiesto Programa a sindicalistas metalúrgicos en el despacho
laboralista de la calle Españoleto, ante el crecimiento que entonces, finales
de 1975, estaba teniendo la militancia.
Aparte de la insensatez
que representaba que alguien como yo, que llevaba apenas dos años en el PCE,
tuviese que formar a sindicalistas con más experiencia, eso me obligó a una
inmersión, no sólo en el Manifiesto, sino también en la teoría del partido y a
lecturas como "Nuevos enfoques a problemas de hoy" o "¿Después
de Franco qué?" que, para mí, que me situaba ideológicamente entre el
socialismo de izquierda y el comunismo, fueron un flechazo.
Soy de una generación que
se formó políticamente en el eurocomunismo, que llegó al partido con la condena
de la invasión de Checoslovaquia y el distanciamiento del PCUS ya hechos. Pero
ni una cosa ni la otra me impidieron analizar esos hechos y otros anteriores,
dentro de un contexto y de una idea general de que en política las ideas
son muy importantes, pero que nadie por sí sólo es capaz de hacerlas avanzar,
lo que da valor a algo tan complejo y tan frágil a veces en política, como es
la organización. Eso también lo aprendí de un Santiago que, por su historia y
experiencia, podía ser al mismo tiempo hombre de Estado y de Partido.
Por eso cuando conocí
hechos como la expulsión de Claudín o Semprún, o cuando leí sus respectivas
interpretaciones, sin dejar de entenderlos, tuve claro que Santiago había
tenido más razón.
Alguien que conozca la
historia y sepa de política, no puede olvidar que el cambio de una estrategia
de lucha armada a otra de reconciliación y trabajo en la sociedad, le costó al
PCE sus primeras escisiones, que posteriormente dieron lugar a la creación del
PCE ml y al maoísmo español.
Como tampoco puede
abstraerse de la dependencia de la Unión Soviética, en condiciones de dura
clandestinidad, que condicionaba las ideas y, por qué no decirlo, la vida, de
muchos militantes y dirigentes, dentro de España y, sobre todo, en el exilio.
En este sentido su elección
como Secretario General del PCE, se produjo siendo Nikita Jruchov máximo
dirigente del PCUS y en pleno proceso de desestalinización, lo que obviamente
la facilitó.
Pero ese hecho no impedía
que el peso de algunos dirigentes históricos, más ligados al período anterior,
fuese muy importante y que los cambios que, a partir de ese momento se gestaron
aceleradamente dentro del PCE, produjesen chirridos y exigiesen una gran
prudencia para evitar nuevas escisiones que, además, pudiesen tutelarse desde
un PCUS, que seguía considerándose el partido dirigente del comunismo
internacional.
Este riesgo se confirmó
tras la condena de la invasión soviética de Checoslovaquia, cuando se produjo
la salida Lister y Eduardo García del Partido, y sobre todo quedó larvada una
corriente prosoviética, que se manifestó con claridad durante la transición.
Por eso aunque Claudín y
Semprún acertasen en buena parte del diagnóstico, Carrillo nunca lo negó, el
cambio de estrategia que proponían en ese momento hubiese tenido un coste para
el Partido que en la práctica le habría dificultado, y mucho, el seguir
haciendo política e influir en el futuro de España. Como siempre las ideas son
importantes, pero si te quedas sin herramientas para desarrollarlas sirven para
poco.
Y sin embargo en los años
posteriores se pusieron las bases para el eurocomunismo, y el Partido y la
lucha contra el franquismo crecieron en la primera confluencia práctica de lo
que después se definió como la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura,
que unió a miles de luchadores antifranquistas de varias generaciones. Son los
años en que se abandona la política de oposición sindical, se crean las
comisiones obreras y se obtienen las primeras victorias en las elecciones del
Sindicato Vertical. Son también los años de la creación de la FUDE (Federación
Universitaria Democrática Española), posteriormente del SDEU, y de las grandes movilizaciones en la
Universidad.
La transición de la que
tanto se ha hablado es una gran desconocida. Mucho se ha hablado de la Ley de
Reforma política y del papel del Rey, que sin duda fueron importantes, pero
bastante menos de la importancia de la movilización social en el proceso.
El impulso de la
estrategia de la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura y el Pacto por la Libertad, en la que la
inteligencia y determinación de Santiago fueron decisivas, provocó que, a la
muerte de Franco, las Candidaturas Unitarias promovidas por Comisiones, ganaran
ampliamente las últimas elecciones al Sindicato Vertical, que lo mismo
sucediese en muchos Colegios Profesionales y que entre finales de 1975 y 1976
se desarrollase el mayor proceso de huelgas y manifestaciones conocido desde la
II República.
Ese proceso de
movilización fue decisivo para acabar de convencer a los reformistas del
régimen de la inevitabilidad y profundidad de la reforma necesaria. No fue tan
idílico como hoy se ve. Costó muertos porque los sectores inmovilistas y la extrema derecha se
resistieron y entraron en una espiral de provocaciones que desembocó en el
asesinato de los abogados de Atocha, y estuvo siempre bajo la vigilancia de un
Ejército, que no era lo que es hoy.
Y una gran parte de ese
proceso Santiago no lo dirigió desde Paris. En 1976 ya se instaló
clandestinamente en Madrid donde participó en el desarrollo de toda la
estrategia de PCE y su criterio fue crucial en la decisión de convertir
Comisiones Obreras en sindicato, frente a la idea de sectores del Partido de
mantenerlo como movimiento socio político y construir un sindicato unitario desde
las estructuras ocupadas en el Sindicato Vertical. Es el momento en el que
acceden a la dirección del Partido centenares de cuadros jóvenes del interior.
La legalización del PCE
era el espejo en que se miraba el futuro de la democracia en España y la aceptación
de la monarquía y la bandera el precio a pagar por ella. Decisión controvertida
hasta hoy. Pero no hay que olvidar que, en aquel momento, muchas fuerzas
políticas, incluida la socialdemocracia internacional, aceptaban con
naturalidad que el PCE no fuera legal.
Las primeras elecciones
democráticas se celebraron sin exclusiones y abrieron un proceso constituyente.
El PCE había conseguido su objetivo, aunque al precio de que un partido que
tenía casi cuatrocientos mil afiliados, solo alcanzó un millón ochocientos mil
votos. El clima inestable de esos tiempos y la presión permanente de un
ejército, con un fuerte componente franquista todavía, contribuyó a que una
parte del electorado optase por opciones de izquierda más moderada.
Algunos achacaron a Santiago,
al grupo de dirigentes más veteranos y lo que consideraban escasa renovación el
resultado. Otros lo hicieron al exceso de pactismo y las renuncias. Ni unos ni
otros tenían razón, porque la convocatoria de unas elecciones sin los
comunistas, nos hubiese obligado o bien a una escalada en solitario de la
movilización, que habría incrementado la inestabilidad, o bien a una derrota
electoral que, sin nuestra presencia, habría sido mayor y acelerado la crisis
interna posterior.
Lo conocí personalmente,
de forma más directa que en los mítines o las reuniones amplias de partido, a
finales de 1980, cuando la crisis del PCE avanzaba ya a velocidad de crucero.
El intento de Golpe de
Estado del 23 F de 1981 no sólo mostró el valor político de Santiago, como el
de Suárez y Gutiérrez Mellado. Mostró, sobre todo, los límites que tenían en
esas circunstancias las posibilidades de un PCE y una UCD, que habían sido los
principales factores de la democracia. En el caso del Partido, la tensión se
acentuaba por la atracción que un PSOE, ya cercano al Gobierno, ejercía sobre
un sector, y por la presión de otro sector prosoviético que, ajeno al derrumbe
que se avecinaba, se refugiaba en las viejas certezas.
La derrota y la exclusión
del PCE nos abocaron a la aventura de la Mesa por la Unidad de los Comunistas y
el PTE. Era la única posibilidad para intentar influir en política y en la
recomposición de la izquierda. Pero Santiago nunca pretendió aquello como un
partido con voluntad de permanencia, con lo que una vez constatamos la
imposibilidad de influir de alguna manera en la política española, fue él mismo
el que propuso que ingresásemos en el PSOE para intentar participar en el
cambio que requería la izquierda en los nuevos tiempos. Gorbachov intentaba
reformar la vieja Unión Soviética y el Muro de Berlín estaba al caer.
Nos acompañó hasta la
puerta y no entró. Lúcidamente, como siempre, sabía que su historia se lo
impedía.
Desde entonces, tuve el
privilegio, junto a otros amigos, de disfrutar de él, de su inmensa capacidad y
experiencia política, de su vitalidad, de su sentido del humor y de su
carácter. Tuve la suerte de compartir los
almuerzos que periódicamente celebrábamos, y constatar hasta el último, el
pasado julio, que no sólo mantenía sus ideas, sino también sus ganas de hacer
política desde el ámbito en que pudiese, de contribuir a un mundo más justo,
más equitativo y más democrático.
Porque Santiago, dentro o
fuera, siempre fue un hombre de Partido que combinaba sabiamente pensamiento y
acción.
Hasta siempre Santiago.
Hasta siempre camarada.
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"C'est
un joli nom camarade. C'est un joli nom tu sais. Dans
mon coeur battant la chamade. Pour qu'il
revive á jamais": Jean Ferrat -Camarade (1969)
Andrés Gómez