domingo, 12 de febrero de 2012



HABLEMOS CLARO
La importancia de la ideología en política

De que no son los trabajadores y las capas medias de la sociedad los principales causantes de la crisis no hay ninguna duda. De que son los que más están pagando por ella, tampoco.

Que la mayoría de los que más se han enriquecido en la época en que valía todo no sólo no están perdiendo ahora sino que, en muchos casos están ganando más, es irrefutable.

Que cuando la gran mayoría de la población tiene que medir su gasto  y una parte importante tiene carencias elementales, cuando el consumo de la gente corriente está cayendo, el consumo de bienes de lujo crece es evidente. 


Además, en programas de televisión de esos en que nos cuentan cómo viven los ricos, es común escuchar que la crisis es un mundo de oportunidades para los que tienen dinero.

Que en los últimos veinte años la desigualdad ha crecido de forma obscena en el mundo, lo dice y demuestra con datos la OCDE. Que la acumulación de cada vez más dinero en menos manos da lugar a que el dinero se convierta en un objeto de inversión en sí mismo y que, la situación de los Mercados de valores y las empresas productivas hace que cada vez más capitales se dediquen a especular en materias primas y alimentos, provocando subidas de precios que causan hambre y carencias a millones de personas en el mundo, lo señalan la FAO, la ONU y hasta las Iglesias.

Que con el diez por ciento de lo que ganan el uno por ciento de los más ricos, se podrían resolver necesidades elementales del cincuenta por ciento de los más pobres, es evidente. Que los que se niegan a que eso sea así no lo hacen porque necesiten más, sino por acumular más poder, es una obviedad.
Una obviedad que muestra cada día que quieren controlar la política y que están carcomiendo la democracia. Que evidencia que este modelo capitalista degradado de los últimos treinta años no sirve a la inmensa mayoría de la sociedad. Decir las cosas claras no es ningún extremismo, es simplemente realista y es lo que echan de menos muchos ciudadanos. No piden la luna, se conforman con recuperar lo perdido, con que el coste de la crisis se reparta con justicia y que al salir de ella tangamos una sociedad con futuro para todos.

Y no lo dicen sólo los ciudadanos corrientes, también lo señalan capitalistas y empresarios serios, que son conscientes de que, por esta deriva, cada vez estará más en cuestión el propio capitalismo y más en riesgo la democracia.

Que ven como grandes poseedores de dinero sin escrúpulos, juegan a determinar el futuro de la humanidad y controlar la política a su servicio, por encima de las decisiones de los ciudadanos, convirtiéndose en referentes para los capitalismos emergentes que impiden, así, el propio desarrollo democrático en esos países.

Hace tres décadas que sectores conservadores en EE.UU. comenzaron su cruzada contra el estado de bienestar.  Los ejes de su mensaje  se han mantenido y radicalizado hasta el Tea Party actual: La “defensa de la sociedad”, frente a un “socialismo”, a punto de desaparecer en su versión comunista entonces y francamente maltrecho en la socialdemócrata hoy. Las “libertades individuales”, que no han dudado en cercenar cuando han querido, y el “interés privado”, que se ha traducido sólo en defensa del interés  de la minoría más poderosa, nos han traído hasta aquí, en parte por el repliegue ideológico de la izquierda que hemos aceptado, casi como imperativo de la naturaleza, que lo público funciona mal, que los impuestos son malos y limitan la libertad y la iniciativa privada, que la democracia está limitada por la defensa del interés de los poderosos, por principio divino.  

Hasta en el lenguaje hemos aceptado perversiones como decir gobernanza en lugar de política y gobierno, emprendedores en lugar de empresarios y trabajadores autónomos, los últimos muchas veces tan dependientes y explotados como los asalariados, como ha mostrado la crisis, o utilizar eufemismos para no hablar de igualdad.

La recuperación de la alternativa socialdemócrata debe hacerse en un ámbito europeo y, como señalaba recientemente en “El País” Norman Birbaum, si se recupera, hay condiciones, dentro del Partido Demócrata de EE.UU., para construir un discurso paralelo en aquel país. Pero para reconstruir la alternativa, hay que tomar la iniciativa en una batalla de ideas que dispute la hegemonía conservadora. No será fácil, pero cuanto más tarde se empiece, más difícil será.

Hay que impulsar un discurso reformista en Europa, que retome la democracia y la igualdad como ejes, que incorpore la conservación del medio ambiente y los recursos naturales, como parte de la solidaridad entre generaciones.

Un discurso que defienda la economía productiva, la investigación, e infraestructuras y transportes públicos más eficientes y ahorradores de energía, una nueva sociedad de consumo sostenible; que recupere el papel del sector público como factor de equilibrio frente a los grandes poderes económicos, el papel regulador de la política frente a los abusos de los más poderosos. Una propuesta que defienda logros sociales como la sanidad, la educación y los servicios sociales universales, que promueva la austeridad para todos y que afronte también el déficit con mayor justicia fiscal, con subidas de impuestos para los más ricos y mayor energía contra el delito y el fraude fiscal.

Un discurso que se defienda por igual por todos los partidos socialistas de Europa, que no se amedrente frente a los ataques contrarios, que llegue y convenza a  la gran mayoría de la sociedad, que sufre en mayor medida las consecuencias de las políticas dominantes en este tiempo.

Es evidente que habrá que traducir todo esto en políticas concretas, pero para elaborarlas hay que tener claro, en primer lugar, los principios, transmitirlos y hacerlos creíbles.

Los neoconservadores nos han dado lecciones de cómo hacerlo en estos años. No se trata de que hagamos lo mismo, obviamente, pero sí de que entremos sin complejos en la batalla de ideas, porque lo que nosotros defendemos interesa más a una gran mayoría social.


Andrés Gómez
12 de febrero de 2012

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