¿DESPUÉS
DE LA HUELGA QUÉ?
Los sindicatos se vieron
abocados a convocar una huelga que no deseaban, ante una reforma tan agresiva
como el ministro Guindos había vaticinado a sus homólogos europeos y que da la
vuelta, como a un calcetín, al modelo laboral que había convertido a nuestro
país en ejemplo de diálogo y estabilidad social durante más de dos décadas.
El Gobierno de Rajoy
rechazó, además, desde el primer momento cualquier modificación real de su
proyecto, arruinando toda posibilidad de diálogo social, y desconsiderando,
incluso, el contenido del acuerdo que sindicatos y organizaciones empresariales
habían suscrito unas semanas antes de la aprobación del Decreto.
Por si esto era poco, el
Presidente alardeó en la Comisión Europea sobre una huelga que aún no le habían
convocado como si la desease, haciéndola inevitable. El objetivo, no expresado
por el Gobierno y sí por los voceros de su derecha extrema, era una huelga
fracasada, que situase a los sindicatos al borde de la irrelevancia.
Sus previsiones fallaron,
porque el creciente malestar y activismo social de sectores de la "clase
media trabajadora" es, sin duda, uno de los hechos relevantes desde que se
pusieron en marcha las recetas conservadoras frente a la crisis.
El Gobierno no ha medido
que una parte creciente de la población, bien formada e informada, decidió hace
tiempo no comulgar con ruedas de molino y rechazar que lo que han estropeado
los más poderosos lo paguemos todos los demás. Las elecciones andaluzas y
asturianas, dieron un aviso en esta dirección.
No era el primero, las
movilizaciones del 15 M mostraron ya señales. Porque si su detonante fueron las
acampadas, lo importante socialmente fue el respaldo a las grandes
manifestaciones que las arroparon y que mostraban el cabreo creciente de
sectores de esas "capas medias trabajadoras" que se están
empobreciendo. Y aunque el movimiento se debilitó por falta de cauce político,
el malestar que reflejaba ha permanecido.
La huelga no "paró
España", pero tuvo eco suficiente y, a pesar del miedo al despido, más
seguimiento con gran diferencia que las últimas convocatorias y, sobre todo, se
acompañó de las mayores manifestaciones ciudadanas que se conocían desde el
"No a la Guerra" de Irak
Los sindicatos no se han
debilitado como pretendía el PP y han ocupado, recuperado e incrementado el
liderazgo social en la movilización que tuvo hace meses el 15 M. Por eso su
problema, a partir de ahora, es qué hacer para mantener ese liderazgo, sin
perder y a poder ser reforzando, su papel como sindicatos, en una nueva
situación que, como consecuencia de la reforma laboral, es distinta de la
anterior.
Los sindicatos deben
seguir defendiendo su papel institucional, pero no obsesionarse con él, porque
ese papel se ha debilitado y recuperarlo va a requerir tiempo y acumulación de
fuerza. Es difícil creer en los grandes consensos cuando el Presidente del
Gobierno, que mantiene una relación fluida con los empresarios, ha decidido no
reunirse con los líderes sindicales. El PP, llegando hasta donde ha llegado,
tiene difícil marcha atrás y, a pesar de su desgaste, considera que sólo
necesita tiempo para revertir la situación, y que lo tiene hasta las próximas
elecciones.
Por otro lado, la mayoría
de la patronal valora también menos el diálogo, porque sin él ha conseguido
mejor sus objetivos estratégicos. Basta con escuchar a algunos de sus
portavoces "pidiendo más" en el trámite de la reforma para saber que,
en estos momentos, por ese lado hay poco que rascar.
La primera cuestión es
mantener el clima de contestación, combinando respuestas puntuales de masas con
los conflictos, sectoriales que seguirán produciéndose por las decisiones
políticas del Gobierno y sus consecuencias en sectores y empresas. De un lado
se requiere una explicación didáctica y continua en los medios y la sociedad y
de otro utilizar la red -que solo los sindicatos tienen- de afiliados y
representantes, para dar respuesta a cada agresión. La experiencia de la
llamada marea verde en educación, es un ejemplo. Del seguimiento detallado de
estas cuestiones generales y sectoriales, derivarán, sin duda, propuestas de
movilización.
La segunda es más compleja
y afecta a la necesaria recuperación de la acción sindical en los centros de
trabajo, a que obligan los cambios de la reforma laboral en empleo y
negociación colectiva. Es más compleja porque requiere cambio de mentalidad y
en la organización, ya que se trata de atender a un tejido mayoritario de
pequeña y mediana empresa, recuperando prácticas abandonadas hace años, y de
hacerlo con menos recursos que los dispuestos hasta ahora.
Pero es imprescindible,
porque en ella se juega el futuro de los sindicatos, ya que la experiencia
sindical muestra que se necesita conseguir resultados e influir, pero que se
necesita sobre todo que los trabajadores vean a los sindicatos ocuparse de sus
problemas, ya que pueden perdonar que no siempre se gane, pero lo que nunca han
perdonado es que ni siquiera se intente.
El cambio no es fácil,
pero los sindicatos deben aprovechar el plus que han ganado en este proceso,
porque hay muchos trabajadores, muchos ciudadanos, que consideran que son la
línea de resistencia que queda y eso, bien aprovechado, puede ser útil para
ampliar la afiliación y el respaldo, incluso en momentos tan difíciles como
este.
Andrés
Gómez
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