LAS
TRIBULACIONES DEL PARTIDO POPULAR
La prepotencia es mala
consejera. Celebradas las elecciones generales, constatada su mayoría absoluta
en las dos cámaras, su hegemonía en la gran mayoría de Comunidades Autónomas y
Ayuntamientos y con unas encuestas que le vaticinaban la victoria en Andalucía,
convencido de su fuerza y de que su acceso al poder era lo único que esperaban
los mercados y la derecha europea para recuperar la confianza, el PP se
aprestaba a poner en marcha su hoja de ruta, mirando exclusivamente hacia el
nacionalismo catalán conservador, que necesita sus votos para dar estabilidad a
su mayoría al frente de la Generalitat de Catalunya.
Una hoja de ruta cuya
primera etapa era la reforma laboral, que preveía una continuación de la
reforma financiera sin ruido y seguía con un drástico recorte presupuestario, la
presión continuada a las CC.AA. para dar un tajo a su gasto, y cuyo cuarto
escalón incluía una revisión del estado autonómico, acordada con CiU y PNV, que
permitiese un mayor control del resto de las Comunidades con su apoyo, a cambio
de mantener la diferencia en Cataluña y País Vasco.
Tres meses después el
proyecto ha encallado y la improvisación y el desconcierto, anidan en el
partido y el Gobierno.
Por si no lo sabía, el PP
ha podido constatar que la lógica actual del capitalismo entiende más de cómo
el pez grande se come al chico que de colores políticos y apuesta contra España
porque considera que puede sacar rendimiento de sus ciudadanos y empresas.
Debería aprender también
que una cosa es ganar las elecciones y otra distinta que las pierdan los otros.
Porque lo más resaltable de las elecciones andaluzas y asturianas es la rapidez
con que el PP está perdiendo apoyo, y este hecho lo confirman encuestas
posteriores como la de Metroscopia para el País que muestra la posibilidad de
que el PP se desgaste aceleradamente, sin que ello implique, por el momento,
que el PSOE se recupere.
Han podido constatar que
una de las novedades que ha aportado esta crisis es que los ciudadanos están
hartos de palabras, de mentiras que no
se corresponden con los hechos, y no están dispuestos a aceptar sin protestar
que sus causantes sean los que digan lo que hay que hacer, descargando el coste
de su anterior responsabilidad en los más débiles.
Cuando preveían que la
contestación a su reforma laboral se saldase con un hundimiento sindical se han
encontrado con una huelga más que digna, y sobre todo con las mayores
manifestaciones desde la Guerra de Irak, que han mostrado el rechazo a unas
medidas que se consideran no sólo injustas y lesivas para la mayoría, sino
además inútiles para la recuperación de la economía y el empleo.
Así, cuatro meses después
de su éxito electoral, constatan que la reforma laboral la han digerido los
mercados sin que ni la Bolsa suba ni la prima de riesgo baje. Los mismos
mercados que piden "más madera" ahora se quejan de la lentitud de la
reforma financiera, del bajo crecimiento y el alto desempleo. La derrota en
Andalucía, donde el PP esperaba mayoría absoluta clara, dificulta y mucho sus
previsiones de un cambio del modelo autonómico que les permita recortar
drásticamente y sin ruido prestaciones sociales.
"A perro flaco todo
son pulgas", en la retórica imperial con que el PP quería contestar la
nacionalización populista de YPF por el Gobierno argentino no se han visto
acompañados por una Unión Europea, que se ha limitado a darnos una palmada
comprensiva en la espalda, y unos EE.UU. que en principio ni eso -aunque ante
las quejas del ministro, Clinton manifestó su comprensión- en una muestra de que ya no somos "el
milagro" y sí una economía débil con necesidad de recuperar su economía
real.
De las dos almas del PP,
la ultra y populista, orquestada por el grupo de medios afines, resurge con
fuerza pidiendo abiertamente la marcha atrás del Estado Autonómico, más dureza
policial y legal frente a la movilización social creciente - para poder hacer
más recortes y privatizaciones- y dar satisfacción a la jerarquía católica y la
ultraderecha religiosa con la marcha atrás de las leyes sobre aborto y derechos
de los homosexuales. La centrista, sumida en el desconcierto y la melancolía,
guarda silencio y espera a que escampe.
La prepotencia inicial,
hace imposible un giro inteligente. La marcha atrás de la reforma laboral se
interpretaría como debilidad, los gestos legales hacia los sectores más
conservadores, una vez hechos, son difíciles de corregir sin un coste y un
desgaste en sus propias filas, y las líneas generales de política económica,
condicionadas por los dictados de la derecha alemana, requerirían poner en
cuestión la actual política de estabilidad por otra más sensata que
flexibilizase el cumplimiento del objetivo de déficit y abordase una reforma
fiscal para obtener más ingresos de los que más tienen, que Rajoy no parece
tener el coraje necesario para afrontar.
Por eso cualquier
planteamiento de consenso, por mucha sensatez teórica que se le suponga, es
imposible en la realidad.
El giro que requeriría en
PP y Gobierno es políticamente inviable y Rajoy sabe que le costaría una crisis
interna que no se puede permitir. De ahí que no dé ni un paso en esa dirección
ya que, por otro lado, tiene una mayoría absoluta que le permite gobernar sin
sobresaltos con el apoyo de las cámaras y tiene, además, respaldo de CiU en lo
sustancial de política económica, con la contradicción de la deriva soberanista
de esta formación, que intentará abordar en algún momento en términos
económicos.
Además, las capas medias
trabajadoras que soportan la mayor parte del electorado socialista y de
izquierdas no entienden la reivindicación de un consenso que no sólo no es
posible sino que, de serlo, temen que volviese recaer sobre sus espaldas.
Así la que queda es que el
Gobierno gobierne, confiar en que hayan aprendido de lo sucedido para modular
sus agresiones y que la oposición política y social ejerzan, para recordárselo
permanentemente e influir para moderarlos.
Andrés
Gómez
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