O
GIRO A LA IZQUIERDA O EXTREMA DERECHA
El resultado de la primera
vuelta de las presidenciales francesas ha dado una noticia buena y otra mala.
La buena es la victoria del candidato del Partido Socialista Francés, François
Hollande, y la mala el mayor respaldo electoral de la historia reciente a la
extrema derecha. Ese resultado es una imagen muy gráfica de lo que está
sucediendo en Europa.
La pujanza, con altibajos,
de la extrema derecha en Europa, no es una noticia nueva. Desde la caída del
muro de Berlín, con la aplicación de una interpretación conservadora de la
globalización que ha llevado a la desregulación, la desfiscalización y el
debilitamiento de los derechos sociales, la extrema derecha ha refugiado una
parte importante del voto descontento que ha culpado a la inmigración de los
males y buscado en la vuelta al ultranacionalismo la solución.
Cuanto más empuje ha
tenido el neoliberalismo, contagio a la socialdemocracia incluido, más ha
crecido la ultraderecha. Hace ya más de veinte años que estos partidos forman
parte del paisaje político del centro y norte de Europa o que, con distintas
modalidades han aparecido en Francia o Italia, convirtiéndose en un polo de
influencia, que ha intervenido activamente en países como Austria, Dinamarca o,
últimamente, Holanda donde ha mostrado capacidad para formar o tirar gobiernos.
La explicación de este
fenómeno está en el deterioro creciente de las condiciones de vida de amplios
sectores de la población y en la ausencia de un discurso ideológico de
izquierda, que ha situado a estos partidos como el voto de castigo "al
sistema".
Lo nuevo es que la crisis
ha puesto de manifiesto el fracaso del modelo capitalista desregulado de las
últimas décadas, pero igualmente que la debilidad del discurso de la izquierda
ha provocado que lejos de poner en cuestión ese modelo, se produzca una
ofensiva de los responsables de la situación, para acabar con lo que queda de
estado social, haciendo pagar a la mayoría el desastre causado por los más
poderosos. Esta situación ha generado una reacción de izquierdas en amplios
sectores de las población, pero también un reforzamiento de la extrema derecha
en otros.
La debilidad de la
construcción de una Europa democrática, el resurgimiento de los nacionalismos,
las dificultades para mantener los derechos sociales y la creciente injerencia
en la política de los grandes capitales, impulsan la xenofobia y el
chauvinismo, la identificación de que las culpas de nuestros males la tienen
"los otros" y, consecuentemente, refuerzan los neofascismos.
Además, las derechas
"honorables", para mantener su poder y no perder clientela, caen
frecuentemente en la tentación de asumir, partes de estos discursos. El caso
español es significativo de ello, porque
la derecha franquista decidió, al principio de la democracia, integrarse e
influir en el PP, impregnando e incluso hegemonizando su discurso en la mayoría
de las ocasiones.
La encrucijada que todo
ello plantea en Europa es decisiva para su futuro. No existe salida progresista
-entendida como posibilidad de mantener un estado social sin el que la
democracia será difícil de mantener- en un sólo país. Pero para que la salida
progresista sea europea, hace falta un profundo giro democrático y social que
encabecen los grandes países.
Hay quien plantea que
poner en cuestión el euro es tabú. Pero el problema no es la puesta en cuestión
teórica, sino que la falta de política económica y fiscal común, la falta de un
Banco Central que actúe como agente económico activo, el deterioro de una situación
social que, de una u otra forma, afecta a todos y la falta de credibilidad
democrática de las instituciones europeas, que tiene que ver con lo anterior,
puede hacer imposible el futuro de la moneda, porque si no se la ve como parte
de la solución de los problemas reales de la gente, cada vez habrá más
ciudadanos a los que el euro les importe un bledo, o lo que es peor les parezca
parte del problema, y ese es otro agravio y otro caldo de cultivo para una
ultraderecha que ya lo utiliza como argumento.
Casi cuatro años de
gobierno de la derecha en una Europa en crisis, de imposición de Merkel con la
aquiescencia de Sarkozy, de libertad vigilada por los mercados, son suficientes
para saber que no son los que pueden encabezar ese giro y sí lo son de que esas
políticas solo están sirviendo para deteriorar la democracia, reforzar a la
extrema derecha económica y dar argumentos y nuevo empuje a la extrema derecha política que reniega de
una Europa Unida.
El ejemplo de como la
cesión de los conservadores, integrando a la ultraderecha holandesa en su
gobierno para tener mayoría, no ha servido más que para que cuando había que
votar la participación y contribución de este país al Plan de estabilidad, les
hayan dejado caer, es suficientemente significativo.
Sarkozy ha reaccionado a
su derrota con guiños en la misma dirección, intentar captar votos del frente
Nacional asumiendo su discurso. Pero con eso no hace sino reforzar sus
planteamientos y dar alas a Le Pen.
Por eso es evidente que
sin giro a la izquierda, sin abordar y resolver los problemas reales de la
gente, sin hacer valer el peso de la política y la credibilidad de la
democracia, se reforzará ineludiblemente la extrema derecha y Europa, los
ideales de libertad e igualdad que hasta ahora ha representado, serán más
difíciles de mantener.
Andrés
Gómez
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