domingo, 29 de abril de 2012


O GIRO A LA IZQUIERDA O EXTREMA DERECHA

El resultado de la primera vuelta de las presidenciales francesas ha dado una noticia buena y otra mala. La buena es la victoria del candidato del Partido Socialista Francés, François Hollande, y la mala el mayor respaldo electoral de la historia reciente a la extrema derecha. Ese resultado es una imagen muy gráfica de lo que está sucediendo en Europa.

La pujanza, con altibajos, de la extrema derecha en Europa, no es una noticia nueva. Desde la caída del muro de Berlín, con la aplicación de una interpretación conservadora de la globalización que ha llevado a la desregulación, la desfiscalización y el debilitamiento de los derechos sociales, la extrema derecha ha refugiado una parte importante del voto descontento que ha culpado a la inmigración de los males y buscado en la vuelta al ultranacionalismo la solución.

Cuanto más empuje ha tenido el neoliberalismo, contagio a la socialdemocracia incluido, más ha crecido la ultraderecha. Hace ya más de veinte años que estos partidos forman parte del paisaje político del centro y norte de Europa o que, con distintas modalidades han aparecido en Francia o Italia, convirtiéndose en un polo de influencia, que ha intervenido activamente en países como Austria, Dinamarca o, últimamente, Holanda donde ha mostrado capacidad para  formar o tirar gobiernos.

La explicación de este fenómeno está en el deterioro creciente de las condiciones de vida de amplios sectores de la población y en la ausencia de un discurso ideológico de izquierda, que ha situado a estos partidos como el voto de castigo "al sistema".

Lo nuevo es que la crisis ha puesto de manifiesto el fracaso del modelo capitalista desregulado de las últimas décadas, pero igualmente que la debilidad del discurso de la izquierda ha provocado que lejos de poner en cuestión ese modelo, se produzca una ofensiva de los responsables de la situación, para acabar con lo que queda de estado social, haciendo pagar a la mayoría el desastre causado por los más poderosos. Esta situación ha generado una reacción de izquierdas en amplios sectores de las población, pero también un reforzamiento de la extrema derecha en otros.

La debilidad de la construcción de una Europa democrática, el resurgimiento de los nacionalismos, las dificultades para mantener los derechos sociales y la creciente injerencia en la política de los grandes capitales, impulsan la xenofobia y el chauvinismo, la identificación de que las culpas de nuestros males la tienen "los otros" y, consecuentemente, refuerzan los neofascismos.

Además, las derechas "honorables", para mantener su poder y no perder clientela, caen frecuentemente en la tentación de asumir, partes de estos discursos. El caso español es significativo de ello,  porque la derecha franquista decidió, al principio de la democracia, integrarse e influir en el PP, impregnando e incluso hegemonizando su discurso en la mayoría de las ocasiones.

La encrucijada que todo ello plantea en Europa es decisiva para su futuro. No existe salida progresista -entendida como posibilidad de mantener un estado social sin el que la democracia será difícil de mantener- en un sólo país. Pero para que la salida progresista sea europea, hace falta un profundo giro democrático y social que encabecen los grandes países.

Hay quien plantea que poner en cuestión el euro es tabú. Pero el problema no es la puesta en cuestión teórica, sino que la falta de política económica y fiscal común, la falta de un Banco Central que actúe como agente económico activo, el deterioro de una situación social que, de una u otra forma, afecta a todos y la falta de credibilidad democrática de las instituciones europeas, que tiene que ver con lo anterior, puede hacer imposible el futuro de la moneda, porque si no se la ve como parte de la solución de los problemas reales de la gente, cada vez habrá más ciudadanos a los que el euro les importe un bledo, o lo que es peor les parezca parte del problema, y ese es otro agravio y otro caldo de cultivo para una ultraderecha que ya lo utiliza como argumento.

Casi cuatro años de gobierno de la derecha en una Europa en crisis, de imposición de Merkel con la aquiescencia de Sarkozy, de libertad vigilada por los mercados, son suficientes para saber que no son los que pueden encabezar ese giro y sí lo son de que esas políticas solo están sirviendo para deteriorar la democracia, reforzar a la extrema derecha económica y dar argumentos y nuevo empuje a  la extrema derecha política que reniega de una Europa Unida.

El ejemplo de como la cesión de los conservadores, integrando a la ultraderecha holandesa en su gobierno para tener mayoría, no ha servido más que para que cuando había que votar la participación y contribución de este país al Plan de estabilidad, les hayan dejado caer, es suficientemente significativo.

Sarkozy ha reaccionado a su derrota con guiños en la misma dirección, intentar captar votos del frente Nacional asumiendo su discurso. Pero con eso no hace sino reforzar sus planteamientos y dar alas a Le Pen.

Por eso es evidente que sin giro a la izquierda, sin abordar y resolver los problemas reales de la gente, sin hacer valer el peso de la política y la credibilidad de la democracia, se reforzará ineludiblemente la extrema derecha y Europa, los ideales de libertad e igualdad que hasta ahora ha representado, serán más difíciles de mantener.

Andrés Gómez


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