martes, 25 de septiembre de 2012


SANTIAGO

Cuando no se quiere hablar bien de alguien es un lugar común hacerlo de claroscuros y luces y sombras. Es un tópico, porque no hay ser humano que haga todo bien a lo largo de su vida, y porque en personajes públicos, sometidos a escrutinio, es imposible que no haya controversia. Así Santiago Carrillo cumple esta regla.

Los partidos políticos tienen sentido en la medida en que influyen  en la sociedad y su devenir. En ese sentido la historia del PCE es corta y fructífera. Es una historia que empieza con la estrategia de los Frentes Populares en 1936, que le permite crecer y jugar un papel protagonista en defensa de la República durante la Guerra Civil, y que termina con la transición democrática en nuestro país, y su incontestable aportación a un régimen de libertades, cuando se le reconocía como "el Partido".

Santiago es protagonista directo de esa historia desde el principio hasta el final. En la República, en la clandestinidad y la lucha contra el franquismo y, finalmente, en la recuperación de la democracia. Una historia, no conviene olvidarlo, de casi cincuenta años, de los que casi cuarenta en clandestinidad, en su mayoría muy dura.

Sobre Paracuellos no se puede decir más ni mejor, que lo dicho en el artículo que Paul Preston, Ángel Viñas, Fernando Hernández y José Luis Ledesma publicaron en El País el pasado 21 de septiembre.

Conocí a Santiago antes intelectualmente que personalmente. Poco después de entrar en el "Partido", me pusieron a disposición de la Comisión de Formación de Madrid, para dar cursos sobre el Manifiesto Programa a sindicalistas metalúrgicos en el despacho laboralista de la calle Españoleto, ante el crecimiento que entonces, finales de 1975, estaba teniendo la militancia.

Aparte de la insensatez que representaba que alguien como yo, que llevaba apenas dos años en el PCE, tuviese que formar a sindicalistas con más experiencia, eso me obligó a una inmersión, no sólo en el Manifiesto, sino también en la teoría del partido y a lecturas como "Nuevos enfoques a problemas de hoy" o "¿Después de Franco qué?" que, para mí, que me situaba ideológicamente entre el socialismo de izquierda y el comunismo, fueron un flechazo.

Soy de una generación que se formó políticamente en el eurocomunismo, que llegó al partido con la condena de la invasión de Checoslovaquia y el distanciamiento del PCUS ya hechos. Pero ni una cosa ni la otra me impidieron analizar esos hechos y otros anteriores, dentro de un contexto y de una idea general de que en política las ideas son muy importantes, pero que nadie por sí sólo es capaz de hacerlas avanzar, lo que da valor a algo tan complejo y tan frágil a veces en política, como es la organización. Eso también lo aprendí de un Santiago que, por su historia y experiencia, podía ser al mismo tiempo hombre de Estado y de Partido.

Por eso cuando conocí hechos como la expulsión de Claudín o Semprún, o cuando leí sus respectivas interpretaciones, sin dejar de entenderlos, tuve claro que Santiago había tenido más razón.

Alguien que conozca la historia y sepa de política, no puede olvidar que el cambio de una estrategia de lucha armada a otra de reconciliación y trabajo en la sociedad, le costó al PCE sus primeras escisiones, que posteriormente dieron lugar a la creación del PCE ml y al maoísmo español.

Como tampoco puede abstraerse de la dependencia de la Unión Soviética, en condiciones de dura clandestinidad, que condicionaba las ideas y, por qué no decirlo, la vida, de muchos militantes y dirigentes, dentro de España y, sobre todo, en el exilio.

En este sentido su elección como Secretario General del PCE, se produjo siendo Nikita Jruchov máximo dirigente del PCUS y en pleno proceso de desestalinización, lo que obviamente la facilitó.

Pero ese hecho no impedía que el peso de algunos dirigentes históricos, más ligados al período anterior, fuese muy importante y que los cambios que, a partir de ese momento se gestaron aceleradamente dentro del PCE, produjesen chirridos y exigiesen una gran prudencia para evitar nuevas escisiones que, además, pudiesen tutelarse desde un PCUS, que seguía considerándose el partido dirigente del comunismo internacional.

Este riesgo se confirmó tras la condena de la invasión soviética de Checoslovaquia, cuando se produjo la salida Lister y Eduardo García del Partido, y sobre todo quedó larvada una corriente prosoviética, que se manifestó con claridad durante la transición.

Por eso aunque Claudín y Semprún acertasen en buena parte del diagnóstico, Carrillo nunca lo negó, el cambio de estrategia que proponían en ese momento hubiese tenido un coste para el Partido que en la práctica le habría dificultado, y mucho, el seguir haciendo política e influir en el futuro de España. Como siempre las ideas son importantes, pero si te quedas sin herramientas para desarrollarlas sirven para poco.

Y sin embargo en los años posteriores se pusieron las bases para el eurocomunismo, y el Partido y la lucha contra el franquismo crecieron en la primera confluencia práctica de lo que después se definió como la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura, que unió a miles de luchadores antifranquistas de varias generaciones. Son los años en que se abandona la política de oposición sindical, se crean las comisiones obreras y se obtienen las primeras victorias en las elecciones del Sindicato Vertical. Son también los años de la creación de la FUDE (Federación Universitaria Democrática Española), posteriormente del SDEU, y de las grandes movilizaciones en la Universidad.

La transición de la que tanto se ha hablado es una gran desconocida. Mucho se ha hablado de la Ley de Reforma política y del papel del Rey, que sin duda fueron importantes, pero bastante menos de la importancia de la movilización social en el proceso.

El impulso de la estrategia de la alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura y el Pacto por la Libertad, en la que la inteligencia y determinación de Santiago fueron decisivas, provocó que, a la muerte de Franco, las Candidaturas Unitarias promovidas por Comisiones, ganaran ampliamente las últimas elecciones al Sindicato Vertical, que lo mismo sucediese en muchos Colegios Profesionales y que entre finales de 1975 y 1976 se desarrollase el mayor proceso de huelgas y manifestaciones conocido desde la II República.

Ese proceso de movilización fue decisivo para acabar de convencer a los reformistas del régimen de la inevitabilidad y profundidad de la reforma necesaria. No fue tan idílico como hoy se ve. Costó muertos porque los  sectores inmovilistas y la extrema derecha se resistieron y entraron en una espiral de provocaciones que desembocó en el asesinato de los abogados de Atocha, y estuvo siempre bajo la vigilancia de un Ejército, que no era lo que es hoy.

Y una gran parte de ese proceso Santiago no lo dirigió desde Paris. En 1976 ya se instaló clandestinamente en Madrid donde participó en el desarrollo de toda la estrategia de PCE y su criterio fue crucial en la decisión de convertir Comisiones Obreras en sindicato, frente a la idea de sectores del Partido de mantenerlo como movimiento socio político y construir un sindicato unitario desde las estructuras ocupadas en el Sindicato Vertical. Es el momento en el que acceden a la dirección del Partido centenares de cuadros jóvenes del interior.

La legalización del PCE era el espejo en que se miraba el futuro de la democracia en España y la aceptación de la monarquía y la bandera el precio a pagar por ella. Decisión controvertida hasta hoy. Pero no hay que olvidar que, en aquel momento, muchas fuerzas políticas, incluida la socialdemocracia internacional, aceptaban con naturalidad que el PCE no fuera legal.

Las primeras elecciones democráticas se celebraron sin exclusiones y abrieron un proceso constituyente. El PCE había conseguido su objetivo, aunque al precio de que un partido que tenía casi cuatrocientos mil afiliados, solo alcanzó un millón ochocientos mil votos. El clima inestable de esos tiempos y la presión permanente de un ejército, con un fuerte componente franquista todavía, contribuyó a que una parte del electorado optase por opciones de izquierda más moderada.

Algunos achacaron a Santiago, al grupo de dirigentes más veteranos y lo que consideraban escasa renovación el resultado. Otros lo hicieron al exceso de pactismo y las renuncias. Ni unos ni otros tenían razón, porque la convocatoria de unas elecciones sin los comunistas, nos hubiese obligado o bien a una escalada en solitario de la movilización, que habría incrementado la inestabilidad, o bien a una derrota electoral que, sin nuestra presencia, habría sido mayor y acelerado la crisis interna posterior.

Lo conocí personalmente, de forma más directa que en los mítines o las reuniones amplias de partido, a finales de 1980, cuando la crisis del PCE avanzaba ya a velocidad de crucero.

El intento de Golpe de Estado del 23 F de 1981 no sólo mostró el valor político de Santiago, como el de Suárez y Gutiérrez Mellado. Mostró, sobre todo, los límites que tenían en esas circunstancias las posibilidades de un PCE y una UCD, que habían sido los principales factores de la democracia. En el caso del Partido, la tensión se acentuaba por la atracción que un PSOE, ya cercano al Gobierno, ejercía sobre un sector, y por la presión de otro sector prosoviético que, ajeno al derrumbe que se avecinaba, se refugiaba en las viejas certezas.

La derrota y la exclusión del PCE nos abocaron a la aventura de la Mesa por la Unidad de los Comunistas y el PTE. Era la única posibilidad para intentar influir en política y en la recomposición de la izquierda. Pero Santiago nunca pretendió aquello como un partido con voluntad de permanencia, con lo que una vez constatamos la imposibilidad de influir de alguna manera en la política española, fue él mismo el que propuso que ingresásemos en el PSOE para intentar participar en el cambio que requería la izquierda en los nuevos tiempos. Gorbachov intentaba reformar la vieja Unión Soviética y el Muro de Berlín estaba al caer.

Nos acompañó hasta la puerta y no entró. Lúcidamente, como siempre, sabía que su historia se lo impedía.

Desde entonces, tuve el privilegio, junto a otros amigos, de disfrutar de él, de su inmensa capacidad y experiencia política, de su vitalidad, de su sentido del humor y de su carácter. Tuve la suerte de compartir   los almuerzos que periódicamente celebrábamos, y constatar hasta el último, el pasado julio, que no sólo mantenía sus ideas, sino también sus ganas de hacer política desde el ámbito en que pudiese, de contribuir a un mundo más justo, más equitativo y más democrático.

Porque Santiago, dentro o fuera, siempre fue un hombre de Partido que combinaba sabiamente pensamiento y acción.

Hasta siempre Santiago. Hasta siempre camarada.

·         "C'est un joli nom camarade. C'est un joli nom tu sais. Dans mon coeur battant la chamade. Pour qu'il revive á jamais": Jean Ferrat -Camarade (1969)


Andrés Gómez

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