HUELGA
EL 14 N
La publicación la pasada
semana del barómetro del CIS de octubre y su coincidencia con la encuesta del
mismo organismo sobre las próximas elecciones autonómicas catalanas, permite
valorar el clima social, en ambos casos, en vísperas de la huelga general
convocada por los sindicatos para el próximo 14 de noviembre.
La coincidencia de la
fecha de la huelga con la campaña de las elecciones en Cataluña,
independientemente de su resultado, pondrá en la agenda informativa el
conflicto social, en un momento de fervor patriótico de las derechas catalana y
española.
Según el barómetro del CIS
para toda España el paro es la primera preocupación para el 78% de los
españoles y para el 60% de los catalanes, los problemas económicos para el 43 y
el 12 % respectivamente, aunque este factor es el segundo quebradero de cabeza
para el 27% de los catalanes. En el caso del conjunto de España los nacionalismos
y el Estatut de Cataluya preocupan apenas a un 3% y el autogobierno y la
financiación autonómica al 6,6 y el 7,9% de los catalanes respectivamente. En
ambos casos el futuro de la sanidad y la educación ocupan también lugares
destacados.
Los datos ponen en
evidencia que los problemas sociales, consecuencia de la crisis y las políticas
que las derechas están aplicando frente a ellas, son los que realmente
preocupan a la mayoría de los ciudadanos y que la respuesta frente a ellos es
imprescindible para que esas políticas no salgan reforzadas y vayan cada vez a
más.
Es obvio que la
participación en las huelgas es difícil que alcance el 100%, eso sería
coloquialmente "la revolución", pero los propios datos de CIS señalan
que el 15% de los encuestados reconocen haber participado en huelgas en los
últimos doce meses, el 21% en la franja de 18 a 34 años, porcentaje que sería
mucho mayor entre los asalariados, teniendo en cuenta que entre los
encuestados, sectores como empresarios, jubilados o amas de casa no hacen
huelgas. El porcentaje de respuestas es mucho mayor, el 21% para el total y el
23% para la franja de edad entre 18 y 34 años, para la asistencia a
manifestaciones, también en los últimos doce meses.
En consultas previas sobre
las huelgas es significativo que los que justifican las movilizaciones, aunque
no las secunden, superan a los que participan en ellas. Las derechas se
equivocan si minusvaloran la dimensión del conflicto porque, aunque la magnitud
del desempleo, la precariedad laboral, las estrecheces económicas y las nuevas
condiciones introducidas por la contrarreforma laboral del PP y apoyada por
CiU, hagan que muchos de los trabajadores no se atrevan a secundar una huelga, el
malestar sigue creciendo y los estallidos sociales continuarán.
La derecha política y
económica tilda de política a la huelga del 14 N y lo es tanto como las razones
que dan lugar a su convocatoria. En democracia los gobiernos elegidos están
legitimados, pero la misma legitimidad tienen los ciudadanos que están en
descuerdo con sus políticas para protestar y movilizarse. Máxime cuando lo que
se aplica no se parece en nada a las promesas electorales o cuando los que
dicen defender la Constitución adoptan, una tras otra, medidas que socavan
todas sus previsiones en materia social y van introduciendo un cambio de modelo
que rompe el equilibrio de esa Constitución en favor de los más poderosos y en
contra de la mayoría de la población.
La huelga del 14 N es
justa: el crecimiento del paro, la caída de los salarios reales, el incremento
de los expedientes de regulación, las privatizaciones y empeoramientos de
servicios públicos o unos presupuestos generales del Estado cargados de
recortes para los más débiles y con la conciencia de que no serán los últimos
que se producirán en los próximos meses, la justifican.
Pero su justicia no
implica que vaya a ser fácil, en estas circunstancias. A las dificultades antes
mencionadas del miedo a represalias laborales, o a la situación económica de
miles de familias, se añade la percepción, en muchos casos, de que no doblegarán
esas políticas y, en otros muchos, de que nos encontramos ante un proceso
largo, en el que la movilización tendrá que ser también larga. Que en el
próximo futuro nos enfrentaremos a nuevas agresiones como la de las pensiones y
que deberemos calcular bien el esfuerzo para poder aguantar hasta el final,
salvando lo máximo posible de nuestros derechos para no tener que reconstruir
desde las ruinas.
Por eso, pese a las
dificultades, vale la pena poner la carne en el asador. Por eso y porque se
juega la credibilidad y entereza de los sindicatos que siguen siendo elementos
fundamentales, para frenar al máximo la ofensiva recortadora de las derechas.
Los trabajadores catalanes
también se juegan mucho con esta huelga y con las próximas elecciones. Porque
una victoria rotunda de CiU no sería sólo un reforzamiento del independentismo.
Sería, sobre todo, un reforzamiento de la derecha y sus políticas recortadoras.
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