LA
REFORMA, LA HUELGA Y LOS SINDICATOS
El poder da alas. Con un
respaldo del 44% de votantes y poco más del 30% del censo, pero mayoría absoluta
holgada en las cámaras, gran mayoría de gobiernos autonómicos y municipales, el
respaldo de la política de derechas en la Unión Europea y la complicidad del
nacionalismo catalán conservador, el Gobierno del Partido Popular afronta la
reforma y el cambio de relaciones laborales más agresivos de la democracia, a
pesar del rechazo en las encuestas de dos tercios de los ciudadanos, incluido
casi un cuarto de sus votantes.
La reforma nada tiene que ver con la crisis, ni
va a crear empleo que no crease la economía sola, responde a cánones ideológicos
neo conservadores, cada vez menos distinguibles del neo fascismo, cuyo objetivo
confesado hace decenios es eliminar el Derecho del Trabajo y la regulación al
capitalismo, construidos en los países desarrollados tras la guerra mundial, eliminar
la mayor parte de los igualadores sociales del estado de bienestar y poner lo
público al servicio de los grandes negocios.
La reforma facilita las
causas de despido, eliminando la autorización administrativa de expedientes de
empleo y de modificación de condiciones de trabajo, acaba con la prorroga de
las condiciones pactadas en convenio de haber desacuerdo y permite la
existencia de convenios de empresa que empeoren los sectoriales, alterando
profundamente las relaciones de negociación colectiva entre trabajadores y
empresarios, dando poder casi absoluto a los últimos y un golpe mortal al
diálogo social.
De ahí que el PP no haya
tenido intención de hablar en serio con los sindicatos de la reforma y que las
llamadas “reuniones técnicas” hayan buscado transmitir la imagen de un diálogo
real inexistente. Porque la reforma necesita debilitar cualquier representación
colectiva de trabajadores y manos libres para aplicarla en la empresa.
De ahí la campaña
antisindical del TDT party, o su versión igual de “irrespetable”, del Director
del “El Mundo”, cuyas mentiras y descalificaciones groseras, buscan debilitar
la huelga pero también abonar el terreno a más retrocesos, como limitar el
derecho de huelga, que consideran imprescindible para sus objetivos.
La actitud de estos
sectores ante la huelga es hipócrita: la rechazan pero la desean y desean que
fracase para “partir el espinazo a los sindicatos” porque se creen Thatcher
frente a los mineros británicos.
Los sindicatos no deseaban
la huelga, porque son conscientes de que el rechazo muy mayoritario a la
reforma coexiste con el miedo a perder el empleo provocado por la crisis y,
ahora también, por la reforma, que hace
que muchos trabajadores la consideren justa pero no se atrevan a hacerla. No
les ha quedado otro camino, porque de no hacerla, una ultraderecha política y
económica envalentonada subiría el listón de su presión.
Al margen de valoraciones
sobre los sindicatos, la realidad es que se busca un modelo de relaciones
laborales, en que cualquier representación colectiva y organizada de
trabajadores tenga un contenido meramente formal y sin influencia en las
condiciones de trabajo reales. Por eso hay que asumir sin complejos que la
defensa de los sindicatos, de las organizaciones de trabajadores, es un motivo
más para el éxito de la huelga, porque de lo contrario, la debilidad de los
trabajadores será mayor y no sólo saldrá adelante la reforma, también la
defensa en el futuro de sus condiciones de trabajo en las empresas será más
desfavorable.
Por su parte CC.OO, y UGT
deben afrontar el cambio profundo que
supone este modelo en su actuación y estructuras para el futuro.
La reforma debilita su
peso institucional y el retroceso en la legislación sobre despido y negociación
colectiva, hacen que necesariamente su influencia tenga que desplazarse a las
empresas. Su actuación sobre despidos, expedientes de empleo, modificación de
condiciones de trabajo y convenios tendrán que ganarlas caso a caso, y acumular
fuerza, si quieren recuperar después influencias mayores.
De otro lado la ofensiva
antisindical no cejará, irá desde lo económico hasta lo judicial. Si los
sindicatos necesitan reforzar su independencia del poder, a la previsible
reducción de sus estructuras deberán añadir una profunda reestructuración que
vuelque sus recursos en acción sindical en las empresas, para coordinar mejor a
las grandes y ampliar su organización e influencia en las medianas y pequeña.
No es un camino fácil, es
simplemente imprescindible para la supervivencia de unas organizaciones que en
el futuro serán todavía más importantes para los trabajadores y la democracia y
que de fracasar, reforzarían el extremismo.
Andrés
Gómez Sánchez
15 de marzo de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario