jueves, 24 de mayo de 2012


OBAMA, HOLLANDE,

LA CUMBRE DE CHICAGO Y LA UE

El entendimiento de Obama con Hollande en la cumbre de Chicago, aporta una dosis de optimismo para el futuro. Hollande ha mantenido su previsión de retirada de las tropas francesas de Afganistán para finales de este año, sin que ello haya impedido su coincidencia expresa con Obama en reivindicar una estrategia de crecimiento, apoyada en la política, sin la cual el exigente esfuerzo por la estabilidad realizado hasta ahora, resultaría baldío.

Que nadie se engañe. El cambio no va a ser fácil, ni tampoco rápido. Se enfrentan a unas concepciones de la derecha, que anteponen su poder a cualquier otra consideración; o bien la prusiana, que considera que la defensa de los intereses de Alemania pasa por su dominio económico y político de Europa, imposible si sus bancos están lastrados por deudores con dificultades de pago; o la de unos mercados dirigidos por algunos grandes poderes financieros, que han reaccionado a la evidencia del fracaso de su discurso, manifestado por la crisis, contraatacando para dominar de forma definitiva a la política, derrotar a la democracia, para poder seguir haciendo cada vez más negocio a costa del empobrecimiento de la mayoría.

Es una partida de ajedrez que se juega en Europa, con el riesgo para el capitalismo de que, si el crecimiento del consumo en los países emergentes no compensa la caída que se produzca en los hasta ahora desarrollados, el poder del dinero se habrá concentrado como nunca en la historia, pero la economía se parará también como nunca en la historia. No son de extrañar, por tanto, las caídas de los mercados de valores, las primas de riesgo de los países más débiles y la cotización del euro, en vísperas de la cumbre de la UE. Reflejan tanto la incertidumbre de la mayoría con relación al futuro, como los avisos con que una parte de los más poderosos económicamente advierten que no están dispuestos a aceptar sin pelea una recomposición de la política al servicio de la mayoría.

Por eso la partida va a ser larga. Pero que la encabecen los Presidentes de EE.UU. y Francia, significa que todavía quedan piezas con que poder jugar.

La victoria de Hollande es importante, pero en una Europa de 27 países y una zona Euro de 17, sin el liderazgo compartido con Alemania, mover esa mastodóntica y compleja maquinaria es imposible. Merkel tiene que hacer movimientos, tanto por el cambio en Francia como por la perspectiva del resultado  electoral del próximo año en Alemania, pero serán movimientos medidos y limitados, que cambien algo para frenar el cambio. Sólo una victoria del SPD y la izquierda en ese país, permitirá abordar modificaciones más profundas. Por eso es un paso, aún más significativo, el trabajo conjunto de los partidos socialistas europeos para elaborar propuestas comunes para la reforma de Europa, porque en ese contexto una victoria de los socialdemócratas en Alemania, posibilitaría su consenso, desde el gobierno, con los socialistas franceses.

Paradójicamente Hollande está haciendo por el futuro del capitalismo mucho más que una Angela Merkel, cuya obsesión por la estabilidad y el cobro de las deudas por los bancos alemanes, podría llevar al desastre, impagos incluidos, a la mitad de los países de la zona euro y a la propia moneda, cuyos efectos catastróficos en Europa y su correspondiente contagio a otras áreas del mundo, supondría una crisis económica y política de impredecibles consecuencias.

Lo difícil no es pensar qué hacer, lo verdaderamente difícil es hacerlo. Es insólito que cuando Alemania apenas paga intereses por su deuda, haya países que pagan tipos de dos dígitos; por eso, avanzar en la emisión de eurobonos sería una garantía de igualación de tipos para todos, sin un coste excesivo para los más poderosos.

De la misma forma es comprensible que los que tienen que asumir ese coste, pidan objetivos de estabilidad fiscal posibles, que pasan no sólo por recortes de gasto, sino también por equiparación de impuestos con criterios de justicia distributiva, porque no es comprensible que, en esta situación, el esfuerzo fiscal de los ciudadanos alemanes o franceses, sea más de 10 puntos superior al de los españoles.

Es obvio que estos cambios, en que hay que poner de acuerdo a muchos países, lleven tiempo, aunque cuanto más tarde se asuman, más tiempo y más riesgos conllevarán. Efectivamente hay medidas con efectos más inmediato, como actuaciones de política monetaria desde el BCE, cuyo riesgo de inflación para Alemania o Francia son menores en estas circunstancias.

Un impacto inflacionista de un par de puntos en los países que mejor van, o la pérdida moderada de valor del euro que provocaría, podría incrementar los salarios y la capacidad de consumo en Alemania, devaluaría en la práctica los salarios de los países del Sur, pero facilitaría la disposición de financiación frenando los ataques a la deuda.

Rajoy tiene razón en situar en primer lugar la reivindicación de que el BCE siga facilitando liquidez para reducir los ataques especulativos contra las deudas de los países más débiles, que les sitúan en condiciones cada vez más dramáticas. No la tiene en contraponer esta posición a la defensa de los Bonos Europeos, porque sin mensajes claros sobre el futuro, sobre la capacidad real de recomponer la situación y de que todos los países puedan crecer y hacer frente a sus compromisos, los especuladores seguirán actuando sin riesgo y los acreedores pensarán que la política del BCE es pan para hoy y hambre para mañana.

Rajoy comete con Merkel el mismo error que Aznar cometió con Bush en la Guerra de Irak. Piensa que sometiéndose le harán más caso y le permitirán participar en la fiesta. La falta de resultados de la Cumbre de la UE, lo desmiente: los poderosos no se casan con nadie. Pero es la concepción del poder de la derecha española que, históricamente, ha sido implacable con los débiles y sumisa con los que "pueden" más que ellos, la que condiciona esta actuación.

Hace falta un proyecto de cambio profundo, de defensa de la democracia, que contemple, cada uno en su tiempo, el corto, el medio y el largo plazo, que es lo que Hollande y los socialistas europeos están proponiendo, a sabiendas de que no conseguirlo todo ahora, no impide que mañana se consiga más.

La partida en serio no ha hecho más que empezar y en ella se juega Europa. Las elecciones presidenciales de EE.UU. el próximo noviembre y las alemanas de 2013, serán decisivas.



Andrés Gómez

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