LA
CRIMINALIZACIÓN DE LA POLÍTICA
Para que haya corruptos
tiene que haber corruptores. Pero de los segundos casi nunca se habla.
La crisis financiera ha
puesto en evidencia el obsceno nivel de intervención de los poderes económicos
en la política. Y la creciente desregulación bancaria impulsada por algunos
dueños del dinero, a través del mundo de la política sí, pero también del
académico o de los medios de comunicación, les ha permitido moverse sin trabas
y con impunidad para acumular cada vez más dinero y más poder a costa de los ciudadanos medios.
Las informaciones dadas a
conocer después de la quiebra de Lehman Brothers pusieron en evidencia la
inmoralidad de una gestión que no se limitaba solo a esa entidad. Ahora, tras
la imputación a directivos de Barclays por la actuación criminal en las
prácticas de acordar fraudulentamente
los tipos de interés LIBOR para obtener ingentes beneficios, se da a conocer la
colaboración de la entidad británica HSBC en actuaciones delictivas, en
blanqueo con cárteles de la droga o tráfico de armas y con personalidades
relacionadas con Al Qaeda. No son casos aislados ni los únicos implicados.
La culpa de los políticos
se generaliza, la de los banqueros, los académicos o los medios de comunicación
no. Lo segundo es normal, porque no todos los banqueros, periodistas o
académicos han participado de esas prácticas; lo primero no lo es porque no todos
los políticos son culpables.
La diferencia es que
mientras en el caso de la política coinciden los damnificados por la crisis,
que reaccionan con rabia a la falta de soluciones a sus problemas contra sus
causantes, en los otros casos funcionan las influencias y se ataca a los
políticos para debilitarlos aún más, hacerlos más dóciles a sus intereses, y se
salva a los otros sectores, bajo el argumento de la "sacrosanta"
actividad privada, que se defiende cuando interesa y se ignora cuándo no
interesa.
El cabreo de los débiles
tiene su lógica -es innegable que muchas de las barbaridades cometidas desde la
política han contribuido al deterioro de su imagen- aunque son los más
interesados en que la política funcione, porque es un factor que les defiende
de los poderosos. Por eso deberían diferenciar la mala de la buena política,
los malos de los buenos políticos, porque de lo contrario reforzarán a aquellos
que la critican solo para seguirla desgastando y aumentar su ya inmenso poder.
Un sector importante del
PP, que vive de la política y la utiliza, lanza permanentes mensajes contra ella.
Es como si hiciesen suya aquella sentencia de Franco que recomendaba a sus
ministros "que no se metiesen en política". Lo dicho para el mundo de
la política vale para los sindicatos y para todas las actividades de servicio
público, que forman parte de lo colectivo, de la política. Desgraciadamente ,
este sector ya ha contaminado el discurso del PP y la actuación del
Gobierno de Rajoy, para formar parte de la ofensiva conservadora, para
controlar más la política, que nadie les pida cuentas por sus responsabilidades
y ser más amos que nunca.
A eso responden sus
ataques indiscriminados a los sindicatos. A ellos no les preocupan ni los
liberados ni las subvenciones, que han mantenido e incluso promovido desde hace
tiempo. Les preocupa que existan organizaciones que no comulguen con sus ideas
y puedan encabezar, ahora y en el futuro, una batalla por la recuperación de la
política democrática.
Es evidente que la falta
de firmeza del primer partido de la oposición, sus dudas y a veces dobles
mensajes, así como su escasa permeabilidad a los cambios, no contribuyen a la
regeneración necesaria.
La exigencia a los
políticos para que defiendan el interés general, para que sean ejemplares en
sus actuaciones, para que respondan ante los ciudadanos de sus compromisos
electorales y las denuncias a los que no lo hagan así son imprescindibles.
Pero también lo es que no
se contribuya a un discurso indiscriminado contra los políticos ni se
descalifique a la política. A pesar de sus limitaciones y dificultades, vivimos
en una sociedad democrática y en ella, si no defendemos y ejercemos nuestros
derechos podemos perderlos.
El de elegir nuestros
representantes es de los más importantes y si no lo ejercemos o le quitamos
valor, legitimaremos a los que lo usan instrumentalmente sin creer en él, o les
daremos argumentos para restar valor a la movilización social bajo el argumento
de que tienen muchos votos.Sin gobiernos elegidos con los votos no hay democracia. Sin derecho a contestar y movilizarse contra las decisiones injustas de los gobernantes tampoco. Ambas cosas forman parte de la política democrática y ambas son las que incomodan a los que quieren tomar las decisiones sin interferencias de ningún tipo para ejercer su poder.
Frente a la criminalización de la política hay que dar una profunda batalla ideológica por su regeneración. Eso implica participar en los ámbitos existentes o crear otros nuevos. Si la movilización no tiene cauce para obtener resultados pierde eficacia. Si la gente se aleja de la política los únicos beneficiados son los que no creen en la democracia, porque prefieren ser ellos, sin ningún control, los que decidan.
Andrés
Gómez
Creo que en la calle no se criminaliza tanto al político como al partido. Es lógico que se juzgue a todos los partidos por igual, cuando se impone la disciplina de partido, y ciertos usos de marketing político para crear la sensación de que, efectivamente, todos los políticos son iguales. ¿Hasta qué punto los propios partidos no son responsables de que se juzgue a los políticos en bloque, cuando hacen lo posible por arreglar sus diferencias de puertas para dentro, obsesionados con el mensaje de "unidad"? Estoy convencido de que si la discusión interna de los partidos fuera más transparente, y los propios partidos dieran una oportunidad a sus miembros para, de verdad, distinguirse de esas líneas de partido monolíticas, la gente en la calle diferenciaría mucho más. Y el hecho es que cuando un político se desmarca la gente suele reconocérselo.
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