FRANCIA,
LA IZQUIERDA Y EL FUTURO DE EUROPA
Grecia no es determinante
para el futuro de Europa. Francia y Alemania sí. Pasadas las elecciones griegas
y la fase de "agiprop" de los que mandan para condicionar los
resultados, la reacción de los mercados parece indicar que poco ha cambiado.
La presión del miedo y la
intención de culpar de todos los males a los que se salían del guión es un
aviso que va más allá de Grecia, aunque si España es un bocado grande de
difícil digestión, lo de Francia es
indigerible y por eso, hasta ahora, no se han atrevido.
Por eso y por los mensajes
y actuaciones de Hollande, los resultados de las elecciones legislativas
francesas tienen más enjundia que lo sucedido en Grecia tanto para la izquierda
como para el futuro de Europa.
El PSF ha ganado
consecutivamente las dos elecciones -y las cuatro vueltas- celebradas en
Francia en los últimos meses y lo ha hecho en un país que, hasta ahora, ha
vivido la crisis con menor dramatismo que los países más al Sur y con un trato,
durante el período Merkozy, de extremo cuidado por parte de la Canciller
Merkel, lo que le da más valor al resultado.
La mayoría absoluta da
tranquilidad y refuerza al PSF para el duro período que se avecina. El sistema
electoral francés, mayoritario en la segunda vuelta, y el buen funcionamiento
de la "disciplina republicana" de la izquierda, la cesión de voto a
los candidatos mejor posicionados, ha hecho posible este resultado, en el que
lo más significativo ha sido que, a pesar de la mayor abstención, el giro del
voto, en ambas vueltas, sitúa una mayoría social y no sólo política, claramente
orientada a la izquierda.
Un giro que se ha
producido no sólo por el desgaste de Sarkozy y la UMP como consecuencia de la
crisis, sino también por un programa del
PSF, razonable pero claramente de izquierda en lo nacional y con relación a la
Unión Europea.
Las propuestas de Hollande
en las presidenciales enfatizaban la normalidad democrática y la mejora de la
distribución de la renta en lo nacional y el crecimiento y el empleo en la
Unión Europea.
Y desde el primer momento
se ha puesto a ello. En la política francesa ha empezado por reducir un 30% su
sueldo y el de sus ministros, ha planteado el restablecimiento de la jubilación
a los 60 años para colectivos que suman más de 110 mil personas, ha seguido por
establecer un abanico salarial de 1 a 20, máximo, en las empresas públicas y el
compromiso de defender el mismo criterio en otras empresas participadas por el
Estado, lo que, sin duda, es una presión también para las privadas.
Al mismo tiempo ha
reafirmado su compromiso de incrementar la presión fiscal a las grandes rentas
y fortunas, en un ejemplo de que, a pesar de los incontestables condicionantes
europeos, los márgenes para políticas progresistas nacionales también existen y
que la batalla contra la desigualdad social, abandonada durante tanto tiempo,
es posible.
Por lo que se refiere a la
Unión Europea, frente al hacha de Merkel, frente a la austeridad ya y a
cualquier precio, Hollande ha contribuido de forma decisiva a abrir el debate
sobre la necesidad de una política económica -monetaria y fiscal- común, a la
posibilidad de mecanismos de Deuda Pública compartidos, que eviten que mientras
unos apenas pagan intereses por sus deudas, otros paguen el 7% o más.
Ha puesto sobre la mesa,
en fin, la necesidad de hacer compatible la estabilidad presupuestaria con el
crecimiento y la creación de empleo, aportando en los últimos días la
iniciativa de un Fondo Europeo para inversión de 120 mil millones de euros.
Además, de forma tranquila,
sin espavientos, ha reiterado la intención de que las tropas francesas
abandonen Afganistán antes del final de este año.
Pese a la interpretación
de algunos, se trata de un programa y de gestos que van más allá de los
planteamientos tradicionales de la socialdemocracia, probablemente porque
Hollande se ha dado cuenta de que el cambio que se ha producido en el mundo los
haría ineficaces. Es resaltable también que en una Francia tradicionalmente
nacionalista, haya avanzado con un programa europeísta e internacionalista, que
se corresponde con el momento que vivimos.
Cuando Merkel está
pensando en la segregación de los países del Sur para mantener la fortaleza
alemana, Hollande parece saber que eso no es posible, y que si se sacrifican
las primeras fichas del dominó, el resto pueden caer en fila hasta llegar al
seis doble, porque lo que está en juego es Europa, o lo que es lo mismo, el
modelo social europeo.
Hará mal Rajoy en no
aprovechar esta oportunidad, porque más allá de esquemas ideológicos, es desde
estas posiciones de izquierda desde donde se pueden evitar las catástrofes de
los países más débiles del Sur de Europa.
Evidentemente la ofensiva
de los poderes económicos (los llamados mercados) y la miopía del Gobierno de
Merkel que no ve lo que se le puede venir encima a Alemania si acaban con los
demás, no van a hacer fácil el cambio y existe el riesgo de que se "tire
al niño con el agua sucia", pero
la fortaleza de la izquierda en Francia es, hoy por hoy, lo que más puede contribuir a impedirlo.
De ahí la importancia de
Francia para el futuro de la izquierda y, consecuentemente, de la Unión
Europea. Porque es evidente que Europa es impensable sin el acuerdo de Alemania
y Francia, pero el cambio en este país puede contribuir a propiciarlo en aquel.
Andrés
Gómez
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